"Buscamos alimentos más baratos para los argentinos y más alimentos argentinos para el mundo", escribió, en su cuenta de X, Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Estado.
Tras calificar la medida como "revolucionaria", el jerarca explicó que desde ahora los alimentos que ya cuenten con certificación en su país de origen "serán automáticamente incorporados al Código Alimentario Argentino", eliminado las obligaciones de registrar y autorizar muestras, productos, depósitos y otros rubros que eran requeridos hasta ahora.
En diálogo con Sputnik, el consultor económico Leonardo Piazza consideró que el decreto sí tiene un carácter disruptivo en tanto cambia el rumbo que los últimos gobiernos argentinos habían transitado en relación con las importaciones, priorizando la protección de la industria nacional por sobre la oferta de productos.
"Desde 2001 Argentina ha vivido modelos más proteccionistas, más cerrados y en los que la apertura comercial no era estratégica sino por nichos. Había mucha presencia del Estado y muchas regulaciones y el foco estaba puesto evidentemente en el proteccionismo", apuntó el analista, director de la consultora LP Consulting.
Para Marcelo Elizondo, especialista en negocios internacionales, ese proteccionismo fue una manera de combatir el "desorden macroeconómico" que atravesó Argentina en las últimas décadas y que le hacía difícil a las empresas locales competir con productos que llegaran desde el exterior.
"Te cuesta más competir internacionalmente, por lo que te cerrás para evitar los perjuicios a la industria argentina", explicó al ser consultado por Sputnik.
El especialista destacó que ese fenómeno llevó a que Argentina estuviera, aun durante el 2024, "entre las economías más cerradas del mundo", si se toma en cuenta la relación entre las importaciones y el Producto Bruto Interno (PBI). De hecho, el experto indicó que mientras en Argentina las importaciones representan aproximadamente el 14% del PBI, la media de América Latina es del 27% y la mundial en torno al 30%.
En consonancia con lo dicho por Sturzenegger, ambos analistas coincidieron en que facilitar el ingreso de alimentos extranjeros debería presionar los precios a la baja.
"La importación permite la competencia en una economía de dimensión intermedia como la argentina, en la que es difícil que haya muchos oferentes produciendo porque a veces la escala no lo permite. Esa competencia, a su vez, genera exigencias para la convergencia tecnológica, mejora la calidad y obliga a las empresas a maximizar el largo plazo y no el corto", detalló Elizondo.
En ese contexto, Piazza no dudó en afirmar que el ingreso de más importaciones es positivo "si uno se pone el sombrero del consumidor final", ya que tendrá la posibilidad de acceder a productos extranjeros que pudieran ser más baratos que los locales. Al mismo tiempo, señaló, el ingreso de alimentos importados a las góndolas de los "formadores de precios" del mercado puede colaborar en que la inflación continúe a la baja.
La otra cara, de acuerdo al analista, es el impacto que la medida puede tener en los productores argentinos de alimentos, que comenzarán a competir con productos extranjeros a menor costo.
Piazza sostuvo que ante una medida de esta naturaleza existen "ganadores y perdedores" y contó entre los perdedores a los productores argentinos de alimentos, que podrían llegar a sufrir pérdidas de puestos de trabajo o tener que someterse a procesos de fusión o absorción para poder competir en las nuevas reglas del mercado argentino.
En ese sentido, el consultor opinó que este tipo de apertura a las importaciones "debería ir acompañada por una reforma impositiva y laboral que le permita al productor interno una competencia un poco más leal y nivelar la cancha de alguna manera". Al mismo tiempo, admitió que "algunas áreas del sector privado todavía no asimilaron la idea de un modelo de negocios sin inflación, sin devaluación, con un dólar quieto y en el que hay que pensar más en productividad".
Elizondo coincidió en que un esquema más abierto de la economía obliga a las empresas argentinas a "adecuarse a una mayor eficiencia, un mejor desarrollo tecnológico y más productividad", dado que "el modelo de empresa en una economía abierta es diferente al de una empresa en una economía cerrada e inflacionaria".