Javier Milei dio rápidamente por terminado su capítulo internacional -G-20, bilateral con Xi Jinping, reunión con el FMI, visita de Giorgia Meloni- y se volcó al frente local: puso a la vista de todos el quiebre profundo con Victoria Villarruel, es decir, la peor interna, con estribaciones institucionales. No resultó un hecho improvisado ni único. El mensaje fue producido como expresión del clima que vine el círculo de Olivos y en simultáneo con la decisión de llevar al máximo la tensión con los espacios opositores y, más aún, con sus socios por el Presupuesto 2025.
La semana cerró así con un balance del circuito presidencial que anota todo linealmente como imagen de fortaleza, sin medir efectos externos y con una mirada acotada de la idea de sustento político. También cierra con expectativa sobre las respuestas que podría ir desgranado la vicepresidente, no únicamente verbales. Y con incertidumbre y malestar en la relación con casi todos los bloques legislativos y gobernadores, un conglomerado que se extiende más allá de los estrechos límites oficialistas.
En conjunto, asoman al menos dos proyecciones contrapuestas, no una lectura excluyente. Una se ajusta al clima optimista y por momentos de euforia que viven Milei y el oficialismo en general, consecuencia de datos objetivos como los números de los mercados, la inflación, muchas encuestas y el efecto del triunfo de Donald Trump. Y la otra registra el mensaje que emiten la profundidad de la disputa interna y el interrogante que proyecta la cerrazón en el plano legislativo. Eso dejaría sin aire a sus proyectos y, en extremo, podría desarmar el blindaje de la sociedad con el PRO y espacios menores para sostener, por ejemplo, algún veto presidencial a leyes impuestas por el archipiélago opositor.
Milei apuntó contra Villarruel básicamente en dos sentidos. La borró definitivamente del esquema que define medidas de gestión y la colocó al lado de la “casta”. Es decir, fue descalificada para la toma de decisiones y condenada con los términos de la narrativa “mileista”. De todos modos, difícil imaginar que quedó saldada la historia. Es probable que haya reacciones y, desde ya, nuevas cargas desde las filas de los “soldados más leales”.
Una interna de este tipo en continuado no sería precisamente inocua para el Gobierno. Con un agregado que podría asomar en el Senado. El debilitamiento de la vicepresidente podría debilitar el complicado acuerdo que le permitió al oficialismo, con bloque escaso, dejar al kirchnerismo sin el manejo de cargos decisivos para el control de la Cámara. Es probable que algo de ese riesgo sea percibido por Guillermo Francos, si no hay cambios para su presentación ante los senadores, el miércoles que viene.
Las declaraciones de Milei contra su vice merecieron diversas interpretaciones no sólo sobre el momento elegido, sino además acerca del disparador de su carga, que expuso sin vueltas el deterioro de la relación. La historia arrancó antes de asumir la gestión. Se recuerda el hecho de haberle negado una proyección prometida sobre áreas sensibles como Seguridad y Defensa. Y se fueron añadiendo episodios que alimentaron recelos por el juego propio desde el Senado, con otros espacios -el PRO, en primer lugar- y hasta con jefes provinciales. El último elemento habría sido el texto con que la vicepresidente celebró el primer aniversario del éxito electoral, destacando el respaldo en las urnas a “la fórmula Milei-Villarruel”.
Todo eso y otras facturas circularon en las últimas horas para tratar de buscar un detonante. Como sea, está claro que los recelos y las tensiones de arrastre siempre tuvieron traducción directa como choque entre Villarruel y el núcleo presidencial. Y el desenlace de esta semana, entonces, alimenta el esquema reducido de Olivos: consolida, a la vez, el poder del núcleo que integran Karina Milei y Santiago Caputo, y constituye una señal de disciplina hacia el interior del Gobierno, que anota cifras inéditas de despidos de funcionarios.
La lógica del alineamiento acrítico, más allá de cuestionamientos en el plano interno, resulta más inquietante en la práctica, y conceptualmente, cuando la intención es aplicarla fuera de las líneas del oficialismo. Y agrega incertidumbre sobre su resultado en el caso de este Gobierno, que combina esa tendencia con la falta de peso propio y decisivo en las dos cámaras del Congreso y a nivel territorial.
El trabado trámite del Presupuesto 2025 expone ese cuadro. El Gobierno decidió sostener una posición de dureza frente a los reclamos de los jefes provinciales de diferente origen político. La paleta es amplia: dialoguistas que mantienen la marca de JxC, peronistas con juego propio, espacios provinciales y la oposición cerrada, es decir, el PJ/kirchnerismo.
Todo indica -según señales coincidentes del oficialismo y la lectura extendida en otros espacios- que el Gobierno siente que puede presionar con dos elementos. El primero, postergar todo para sesiones extraordinarias, que dejaría a la oposición sin chances de operar como contrapartida con proyectos que complicarían al Ejecutivo, como la limitación del uso de DNU o el rechazo al decreto de canje de deuda. Y el segundo, la amenaza de manejarse otra vez con extensión presupuestaria y el consiguiente manejo muy discrecional de fondos.
Eso opera en lo inmediato, pero abre un interrogante de mediano plazo, es decir, si se profundiza la actual y generalizada tensión con todos los espacios no oficialistas. De hecho, está sucediendo algo que nadie proyecta al menos por ahora más allá de la coyuntura y de la disputa con las provincias. La pelea recrea una coordinación entre los principales socios de lo que fue JxC. Vienen trabajando los gobernadores de ese espacio con los jefes de los bloques del PRO, la UCR -incluso su sector escindido hace semanas- y Encuentro Federal, que además tiene su tejido con franjas peronistas.
Ese conglomerado pidió -sin respuesta, hacia el fin de semana- un encuentro para el lunes con Francos, Luis Caputo, Santiago Caputo y Martín Menem. Los puntos de sus demandas son comunes a otras provincias. Pero no es una cuestión sólo presupuestaria sino y sobre todo política, que extiende la tensión también a la sociedad del oficialismo con sus aliados.
La ruptura con Villarruel y el endurecimiento en la pelea por el Presupuesto son decisiones presidenciales y, por supuesto, no hechos ineludibles. La crisis con la vicepresidente difícilmente tenga arreglo y la pulseada por fondos con las provincias tiene margen de negociación. Con todo, exponen algo en común: tienen dinámica propia y pueden proyectar incertidumbre, según cómo se resuelvan los conflictos. No todo se ajusta al diseño de la fortaleza. (Infobae por Eduardo Aulicino)