El Impuesto a las Ganancias, quizá el tributo más justo que pagan las sociedades maduras, ha quedado nuevamente en medio de una fuerte polémica producto de la improvisación y las miserias electorales. El esquema que lo regula, a partir de los cambios que propuso el Gobierno, es una estructura emparchada, llena de baches legales, que consagra una enorme injusticia entre quienes trabajan por su cuenta, emprenden y dan trabajo y los que se ganan la vida en relación de dependencia. Y eso no es todo: dentro de este universo, empezará a penarse el mérito, el crecimiento y las mayores responsabilidades. En poco tiempo, los jefes cobrarán menos en el bolsillo que sus empleados. Maravillas de una Argentina que agobia con impuestos.
Según los lineamientos que empiezan a quedar firmes (hoy el Gobierno publicó un decreto y mandó un proyecto de ley al Congreso), Ganancias empezara a posicionarse como otro de los impuestos que el país cobra por el dinero que pasa por las cuentas de los trabajadores o los Autónomos. No se trata de gravar el acopio de dinero que queda después de sostener a una familia, gastar en educación, esparcimiento o salud. De esta manera se empezará a sumar a Ingresos Brutos y el impuesto a los créditos y débitos que no les importa si lo facturado, en el primero caso, o lo que pasa por una cuenta bancaria, es ganancias o no. Todo tributa por el monto bruto.
Además, del costo fiscal, el remedio, la polémica se instaló no sólo por el piso de 15 Salarios Mínimos Vital y Móvil (SMVM) sino por el abandono que se hizo para los Autónomos y por la falta de equilibrio a la hora de calcular el impuesto a los que sí quedaron dentro del régimen de aportes.
Lo primero que hay que decir es que no hay dudas que los asalariados en relación de dependencia que cobren menos de 15 SMVM no pagarán nada. Eso merece un asterisco: los $1,77 millones que ahora surgen como piso para estar exento cambiarán en pocos días ya que el decreto establece que será de acuerdo a lo que se fije en el indicador de octubre. Es decir, podría aumentar al menos, 10% más por lo que quedaría cerca de los $2 millones, como adelantó en LA NACION Silvia Stang.
Ahora bien, lo que no debe confundirse es el piso para no pagar ($1.770.000 millones) y el mínimo no imponible. Suena técnico, pero es vital para entender. Sucede que el que cobra $1.770.001, es decir una moneda de aro dorado y centro plateado, por encima de ese piso no paga por el excedente de este monto sino que lo hace desde el mínimo no imponible. Por lo tanto, como aquellos no se actualizaron desde enero, pues la retención lo llevaría muy por debajo del sueldo de bolsillo del que cobra un peso menos.
Así las cosas, en el mercado laboral se quita todo tipo de incentivo a crecer ya que un aumento de sueldo por mayores responsabilidades podría ocasionar que el superior cobre menos que el dependiente.
Este ridículo impositivo ya sucedió en épocas del segundo mandato de Cristina Kirchner. Entonces, la norma exceptuó a todas las personas que estaban por debajo de un monto de sueldo. Pero la excepción fue a la persona, identificada con su CUIL, no a un universo de trabajadores que estaban en similares condiciones. Entonces se podría haber dado el caso que un empleado quedó fuera del alcance por su sueldo, pero luego ascendió, cobró mucho más pero siguió fuera del régimen de Ganancias.
“La Constitución dice que la igualdad es la base del impuesto. Esa igualdad no es ni debe ser literal, sino medida en base a lo que cada uno pueda contribuir. El tratamiento particular que se pretende dar a los empleados en relación de dependencia dejándolos fuera del impuesto a las ganancias es contrario al principio de igualdad. Porque manipulaciones sencillas pueden abusar de los límites para quedar fuera del impuesto y porque no hay igualdad con quienes trabajan en forma independiente o manejan pequeños comercios que entran al impuesto a tasas del 35%, igual que una corporación de 1000 empleados”, dice Fernanda Laiún, especialista en impuestos del estudio Laiún, Fernández Sabella & Smudt.
“Es claro que los empleados en relación de dependencia gozan de una protección especial también en la Constitución dada la asimetría en la relación de poder con el empleador, pero eso no debiera hacer que no paguen el impuesto a las ganancias ni que se lleve a una discriminación extrema respecto del resto de contribuyentes”, agregó.
Cesar Litvin, tributarista del estudio Lisicki Litvin & Asociados, sostiene que el tema no es la alícuota sino las escalas. “El mundo tiene alícuotas altas porque Ganancias es el impuesto más justo, porque pagan los que más tienen. Pero el problema es que en el mundo no existe la inflación, que acá licúa todos los mínimos. Además, el contribuyente argentino tiene una enorme carga impositiva en el consumo, que en los alimentos, está entre el 40 y el 60%. Por caso, en Estados Unidos, depende los estados, pero el IVA no pasa el 10% y hay algunos casos, por ejemplo Alaska, que no cobra impuesto al consumo”, dice. Agrega, además, que además en toda la cadena hay otros impuestos que no identifican la capacidad contributiva, como Ingresos Brutos o el Impuesto a los Créditos y Débitos, antes llamado al cheque, que se cobran por dinero bruto, sin importar si es ganancia costo.
Ahora bien, qué sucede con los Autónomos, los grandes relegados de las decisiones impositivas en el país. Quizá la respuesta la dio un gobernador peronista hace varios años, cuando le acercaron un proyecto de ley para reformar también ese régimen. Con esa sinceridad bizarra que caracteriza a muchos dirigentes, sentenció: “Lo que pasa es que los Autónomos pueden manejar sus ganancias, con gastos falsos o cualquier artilugio contable”. Algo así como asumir la ineficiencia de la AFIP, y desde esa hipótesis, legislar y entregar incentivos para que se pasen a la economía en negro o a dibujo tributario.
“El sistema debe ser repensado en su integridad, para garantizar la equidad y la igualdad, a partir de su universalización utilizando una razonable aplicación de categorías y porcentajes medidas por la capacidad contributiva de las partes”, finalizó Laiún.
Mientras, el Gobierno toma medidas espasmódicas. Eso sí, en su deambular se hace acompañar por los gremios, verdaderos lobistas del cambio de Ganancias. (La Nación por Diego Cabot)