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Al presentarse en su campaña hace cuatro años como un recién llegado a Washington, Donald Trump emocionó a los asistentes de sus mítines con sus promesas de “drenar el pantano”. Sin embargo, en cuanto estuvo en la Casa Blanca, Trump no solo no logró terminar con la cultura privilegiada de cabildeo y búsqueda de favores de Washington. La reinventó, y convirtió sus hoteles y complejos turísticos en nuevas trastiendas del gobierno, donde los asuntos públicos y privados se mezclan y los intereses especiales dominan.
Las declaraciones fiscales de Trump y su imperio de negocios obtenidas por The New York Times muestran que, incluso mientras impulsaba su imagen como empresario exitoso para ganar la presidencia, grandes tramos de sus participaciones de bienes raíces estaban bajo estrés financiero, después de haber acumulado pérdidas a lo largo de las décadas precedentes.
Tras las elecciones, su negocio familiar descubrió un nuevo y lucrativo flujo de ingresos: la gente que quería obtener algo del presidente.
Una investigación del Times ha revelado más de 200 compañías, grupos de interés especial y gobiernos extranjeros que frecuentaron las propiedades de Trump mientras disfrutaban los beneficios obtenidos gracias a él y su gobierno. Casi un cuarto de esos clientes no se habían reportado antes de su ascenso a la presidencia.
A continuación presentamos algunos de los hallazgos más importantes de la investigación.
Un total de 60 clientes que tenían intereses con el gobierno pagaron a la Organización Trump casi 12 millones de dólares durante los primeros dos años de la presidencia, según reveló el Times. Casi todos vieron avanzar sus intereses, de alguna manera, gracias al presidente o a su gobierno.
Entrevistas con casi 250 ejecutivos de negocios, miembros de clubes, cabilderos, empleados de propiedades de Trump y funcionarios del gobierno actual o anterior, proporcionaron un relato completo de lo bien que le fue a los clientes con el gobierno y cómo se benefició el presidente.
Muchos dijeron en entrevistas que cualquier resultado favorable era incidental respecto de su patrocinio. Sin embargo, Trump se beneficiaba sin importar si los clientes ganaban o perdían. Pagaron a su negocio familiar por salidas de golf y cenas de filete, grandes retiros corporativos y eventos de gala.
Durante la campaña de Trump y los meses previos a su toma de mando, la revista interna de su club Mar-a-Lago en Florida anunció el ingreso de casi cien miembros nuevos, algunos de los cuales tenían importantes intereses comerciales en Washington. Los registros de impuestos muestran que tan solo en 2016, las cuotas iniciales del club generaron cerca de seis millones de dólares en ingresos.
Como presidente electo, Trump había prometido retirarse de la Organización Trump y recusarse de la operación de su compañía privada. Sin embargo, siguió atento a las propiedades de la empresa, que ahora es dirigida por sus hijos Eric y Donald Jr.
Cuando Trump pasaba por el Hotel Internacional Trump en Washington, a veces les hacía saber a los gerentes que recibía información sobre su desempeño. En Mar-a-Lago, les dijo a los socios antiguos que debería aumentar los precios de los nuevos integrantes que se unían. Después lo hizo, al menos dos veces.
Eric Trump a veces le contaba a su padre sobre grupos específicos que habían reservado eventos en Mar-a-Lago, dijo un exfuncionario del gobierno. Además, mientras Trump vigilaba su imperio empresarial desde la Casa Blanca, ocasionalmente se familiarizaba con los detalles de las listas de miembros del club, según dos personas con conocimiento de estas actividades.
Cuando el mandatario acudía a su hotel de Washington para cenar, se corría la voz casi de inmediato. La gente esperaba en el bar del hotel durante horas, con la esperanza de tener un breve encuentro con él. En Mar-a-Lago, los socios le pagaron a Trump para pasar tiempo en lo que era, en última instancia, su casa. Durante las comidas, la gente hacía cola en su mesa. Los huéspedes, incluso los socios que pagaban, tenían la costumbre de agradecerle a Trump por invitarlos.
“La gente sabe que está en Mar-a-Lago y esperan que se encuentre ahí, así que traen a un invitado o llegan con una idea específica”, dijo Fernando Cutz, exasistente de seguridad nacional que a menudo visitaba el club con Trump. “Con ese acceso, era posible lanzarle ideas de venta. El presidente realmente los escuchaba y le pedía a su personal que realizara un seguimiento”.
Y era muy probable que lo encontraran por ahí. Trump ha visitado los hoteles y complejos turísticos de su familia en casi 400 días de su presidencia.
Los clientes de las propiedades eran muy variados: políticos extranjeros y magnates del sector azucarero de Florida, un multimillonario chino y un príncipe serbio, entusiastas de la energía limpia y sus adversarios de la industria petrolera, activistas declarados a favor de los gobiernos de poca intervención y contratistas que buscaban miles de millones de presupuestos federales cada vez más cuantiosos.
El gobierno de Trump les entregó fondos, leyes y tierras. Les entregó embajadas, nombramientos, directivas presidenciales y tuits.
Más de 70 grupos de defensa, empresas y gobiernos extranjeros organizaron en sus propiedades eventos que anteriormente se habían celebrado en otros lugares, o crearon nuevos eventos que aportaron dinero al negocio de Trump.
Los donantes también pagaron por el privilegio de dar dinero a su campaña y al super-PAC (fondo de financiación electoral). Trump asistió a 34 eventos para recaudar fondos en sus hoteles y centros turísticos, eventos que les reportaron tres millones más de dólares de ingresos. A veces, reunió a sus donantes para que le dijeran qué necesitaban del gobierno.
Casi desde el comienzo de la presidencia de Trump, su hotel en Washington fue un centro de reuniones, recaudaciones de fondos y giras religiosas, eventos que convirtieron a los votantes más leales de Trump en algunos de sus clientes más confiables.
A los prominentes ministros evangélicos les dieron estatus VIP en el hotel, según exempleados, y sus nombres y fotos se distribuyeron al personal junto con los de los principales legisladores republicanos y las luminarias del canal Fox. Y gastaron mucho dinero ahí.
A diferencia de los negocios y grupos comerciales, muchos conservadores religiosos vincularon explícitamente su apoyo a los negocios de Trump con la agenda socialmente conservadora de su gobierno. Algunos explicaron en entrevistas que Trump había hecho tantas cosas a favor de los evangélicos —en materia de aborto, jueces, Israel y más— que querían mostrarle su gratitud.
“Si podemos apoyar a este presidente al cenar o alojarnos en el hotel, entonces lo haremos”, dijo Sharon Bolan, una evangelista de Dallas que pertenece al grupo nacional de líderes religiosos de Trump.
El Times identificó a más de 20 funcionarios, políticos y empresas o grupos extranjeros estrechamente afiliados con gobiernos del extranjero que celebraron eventos en las propiedades de Trump o pagaron habitaciones ahí.
Para los políticos extranjeros que se encuentran en los peldaños más bajos de la escala diplomática de Washington, incluso un encuentro casual con el presidente estadounidense puede ser una importante victoria propagandística. En una gala celebrada por los republicanos locales la primavera pasada en Mar-a-Lago, el jefe del sexto partido político de Rumania estrechó la mano de Trump. Y algunas embajadas trasladaron sus galas anuales o conmemoraciones de la independencia al hotel de Washington.
Cuando el primer ministro del enclave serbio en Bosnia, Zeljka Cvijanovic, se detuvo en el hotel y se reunió con Kellyanne Conway y Sarah Huckabee Sanders, emitió un comunicado de prensa casi sugerente de un acto estatal. “En el primer día de su visita a Washington, el primer ministro Cvijanovic se reunió con los asociados más cercanos del presidente de Estados Unidos”, proclamaba el documento.
Muchos de los que buscaban ayuda del gobierno de Trump no se mostraban tímidos a la hora de anunciar su acceso al reino del presidente. La investigación del Times incluye una revisión de cientos de publicaciones en las redes sociales, muchas de ellas de patrocinadores que documentan con entusiasmo sus visitas a las propiedades de Trump, así como una serie de artículos de noticias publicados donde algunos patrocinadores hablan con franqueza sobre su acceso.
“Cuando se convirtió en presidente, todo el mundo quería estar a su alrededor”, dijo Jeff Greene, promotor inmobiliario de Florida y miembro de Mar-a-Lago. No era tráfico de influencias, dijo Greene. “A la gente le gusta estar donde están los presidentes”.
La Organización Trump no respondió a las repetidas solicitudes para hacer comentarios durante la semana pasada, ni respondió a una descripción detallada de los hechos incluidos en el artículo.
Judd Deere, portavoz de la Casa Blanca, emitió una breve declaración mediante la que señaló que Trump había “entregado las responsabilidades cotidianas de la muy exitosa empresa que construyó” a sus dos hijos adultos. “El presidente ha cumplido todos los días su promesa al pueblo estadounidense de luchar por ellos, drenar el pantano y siempre dar prioridad a Estados Unidos”, añadió. (The New York Times)