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El resultado de esa tarea será central para ganar grados de libertad en materia de políticas públicas.
El Frente de Todos asumirá con bajas reservas, apremiado por los vencimientos de deuda y con exiguas chances de refinanciamiento sin un enorme costo por el muy alto Riesgo País (mayor a 2.200 puntos). Según el Observatorio de la Deuda Externa de la UMET, los vencimientos de la deuda pública nacional en moneda extranjera (capital e intereses) sumarán US$24.959 millones en el año 2020, US$23.084 millones en 2021, US$49.988 millones en 2022 y US$46.664 millones en 2023. Y los compromisos de pago de deuda de las provincias y de las empresas, también en moneda extranjera para los mismos años, serán de US$3.347 millones, US$4.806 millones, US$3.952 millones y US$5.840 millones. En total, los vencimientos en moneda no emitida por la administración local llegan a US$162.640 millones. Es una cifra que prácticamente cuadriplica las reservas actuales y equivale a más de 13 veces el superávit comercial acumulado en los últimos doce meses registrados (US$12.229 millones). Para colmo, ese saldo positivo ni siquiera viene alcanzando para financiar el resto de los intercambios corrientes con el resto del mundo (transacciones por servicios, rentas, remisión de utilidades y transferencias). Este año el rojo la cuenta corriente será de alrededor de 8.000 millones de dólares y lo registrado en los últimos cuatro años contabilizados ya ascendió a US$90.036 millones.
Las cifras dejan en claro que hay una necesidad gigantesca de que la economía genere divisas de forma genuina para aliviar sus problemas. Con el acceso cerrado a los mercados privados de crédito y una deuda monumental ya asumida con el FMI, quedan pocas fuentes de divisas. Seguramente, el próximo gobierno buscará extender el swap con China y promover la Inversión Extranjera Directa. Pero, por la magnitud de la necesidad de dólares, eso tampoco será suficiente. Durante los últimos cuatro años el desequilibrio externo se profundizó hasta los peores niveles de las últimas cuatro décadas y, ahora, no sólo dejan de ingresar los capitales que financiaron el consumo, la remisión de utilidades y especialmente la fuga de capitales, sino que habrá que comenzar a devolverlos.
Lamentablemente, las políticas empleadas no orientaron el ingreso de esos recursos extraordinarios por deuda externa al impulso de un cambio estructural de la matriz productiva que permitiera una inserción en los mercados internacionales más ofensiva y no tan dependiente. A lo largo de la historia reciente, el país no ha podido consolidar un margen suficiente de autonomía a través del desarrollo de su potencial productivo para poder crecer de forma sustentable. Por el contrario, las políticas recientemente aplicadas desarticularon y empeoraron más las capacidades productivas. El crónico y, por momentos, descontrolado déficit de cuenta corriente genera una constante presión alcista en el tipo de cambio que representa la principal causa de la elevada inflación, agrega incertidumbre y complica más el desarrollo productivo, provocando un círculo vicioso de inestabilidad, erosión de la capacidad productiva y empeoramiento de los ingresos reales de los trabajadores.
El gran desafío de la gestión de Alberto Fernández, en consecuencia, será expandir el potencial productivo y crecer fuertemente en la exportación no sólo en productos del agro, sino también de manufacturas de cadenas de valor agro industriales que procesen las riquezas naturales, de las economías regionales, de la minería, de energías no convencionales con foco en Vaca Muerta, de servicios no tradicionales, basados en el conocimiento, y de una mayor y más diversificada oferta turística, entre otros.
En este marco, el tipo de cambio aparece como es una variable relevante pero insuficiente para armonizar las cuentas externas, sobre todo cuando en los últimos años, por su abuso como herramienta casi exclusiva para ganar competitividad, su impacto se ha desgastado notablemente. En niveles lo suficientemente elevados, puede llegar a permitir equilibrios breves de la balanza de pagos a costa de la depresión de la demanda interna. Forzar que la depreciación de la moneda nacional sea la única variable utilizada para equilibrar las cuentas externas implicó una contracción inaceptable de la calidad de vida de las grandes mayorías. El superávit comercial registrado en los últimos 12 meses fue consecuencia básicamente de la contracción de la demanda interna, dado que el registro de exportaciones de manufacturas, deteriorado, entre otras medidas, por las retenciones generalizadas y la quita de reintegros, fue de US$14.000 millones menos que el del máximo de 2011.
Mientras se sostenía el financiamiento externo, el país podía financiar la desindustrialización sin un brutal ajuste, como el del último año y medio. Esa dinámica, por supuesto, no era sustentable y provocaba una constante tensión que terminó desencadenando una nueva corrida cambiaria y la crisis política y económica actual.
Con la necesidad de renegociar los vencimientos de la deuda, términos de intercambio que se alejaron de los mejores niveles de la década pasada y un contexto internacional crecientemente proteccionista, es absurdo pensar que el tipo de cambio sea la variable de ajuste. Por eso es central realizar un diagnóstico preciso para diagramar un esquema integral de políticas comerciales y negociaciones internacionales, articuladas a las necesidades de desarrollo productivo, que impulsen la demanda externa de los bienes y servicios locales y una muy dinámica sustitución de importaciones, funcional al potencial de expansión de las capacidades productivas nacionales.