Ampliar
Terminamos un año y estamos en las puertas de uno nuevo. Llegamos a diciembre y nos decimos: “Cómo puede ser que el año haya pasado así de prisa. No puedo creerlo”, “cada año se pasa más rápido, se me fue volando”. Es cuando caemos en la cuenta de la fugacidad del tiempo, de lo que queríamos y hubiéramos podido hacer y no hicimos, de las oportunidades pasadas, de lo poco que nos dedicamos a lo que más valoramos. Entonces nos hacemos todo tipo de promesas respecto al año que inicia, pero algo nos dice que las cosas no serán tan diferentes si seguimos como siempre.
EL IMPERIO DEL PRESENTE
Desde hace años sentimos hablar de un “tiempo de crisis” pero deberíamos poder pensar también en la “crisis del tiempo” es decir de nuestra relación con el tiempo que hoy día se caracteriza por la aceleración, la atomización y la búsqueda de la productividad.
En la sociedad del consumo el presente parece hegemónico, es nuestro dueño. Hay un olvido premeditado del pasado y una ausencia de proyectos futuros excepto los más inmediatos.
La aceleración del ritmo de vida y de la producción es una constatación cotidiana. Como el espacio está directamente conectado con el tiempo cuando aparece un tiempo vació no se sabe qué hacer, cómo llenarlo, cómo gozarlo, entonces el espacio deviene un lugar de tránsito, un no lugar.
Todo se nos ofrece ni bien lo deseamos: objetos, espectáculos, podemos recorrer el mundo, ir de un continente a otro, en solo algunas horas. Lo sabemos pero no tenemos el tiempo para hacerlo o aprovecharlo.
A veces, en forma fugaz nos remitimos a un tiempo atrás y recordamos algunos momentos realmente saboreados. Nos hemos olvidado de las caminatas relajadas, de pararnos en un umbral y descansar, de perdernos por algún pasaje desconocido de la ciudad, de sentarnos tranquilos a leer un libro, de hacer una pausa para disfrutar de un café sin mirar el reloj o de encontrarnos para matear con algún amigo.
NO PARAR DE PRODUCIR
La productividad en una sociedad que se jacta de lo que produce y consume se basa en el imperativo de hacer, de ser hiperkinético y estar en un constante movimiento. Bien pueden hablar de esto los docentes con alumnos que se mueven sin parar, que no pueden prestar atención más de algunos segundos. Esta conducta de los chicos no es sino la consecuencia de lo que perciben en el ambiente familiar y social, en los juegos interactivos, en sus entornos más inmediatos.
Solo pensamos en producir más en el tiempo que tenemos: más trabajo, más responsabilidades, más compras. El día se nos va y por la noche casi no recordamos lo que hicimos por la mañana. Solo la nada y el presente. Pero como el hombre es un ser temporal esta fragmentación y desintegración del tiempo produce, a la vez, una fragmentación del proceso de individuación. Terminamos sin saber quiénes somos y qué queremos más allá de lo que se nos ofrece en las góndolas.
La exigencia de producir para luego consumir lo que hemos hecho es lo contrario a la contemplación. No conviene que nadie pare, que se detenga un rato, que “pierda tiempo”. El tiempo no puede alargarse. Debe ser como los objetos que se ofrecen: consumido y reemplazado enseguida. El consumo consume el tiempo.
Mal dormir, comer de prisa y tragar cualquier cosa. Anorexia, dependencia del alcohol, de la droga, burnout, falta de relaciones verdaderas cara a cara, son solo algunos resultados del ritmo frenético que llevamos. En la crisis del tiempo se vuelve insoportable lo cotidiano.
Debido a las exigencias impuestas en forma directa y sutil y las que uno mismo se busca, se termina ansioso, desordenado y estresado. Para esto también se ofrece medicamentos que apaciguan, momentáneamente, para luego volver a lo mismo.
AQUILATAR LA CALIDAD DEL TIEMPO
Para orientarse y volver al propio eje se requiere pararse, escrutar el horizonte, mirar en torno a uno lo que requiere tiempo del bueno y quietud.
El coraje de detenerse puede descomprimir la duración y descubrir la experiencia del estupor. «Es muy difícil que los hijos del mundo moderno gocen de las ventajas que trae la vida interior. Esa vida, secreto verdaderamente oculto, escondido, desconocido, incomunicable, es considerada por muchos como un pecado. Sin embargo, sigue siendo la fuente de toda originalidad y de todas las grandes empresas. Sólo ella permite al individuo conservar su personalidad en medio del vulgo. Le asegura la libertad de su espíritu y el equilibrio de su sistema nervioso en medio del desorden del mundo moderno», dice el Dr. Alexis Carrel, premio Nobel en química.
Se requiere recuperar la relación amigable con el tiempo. La palabra negocio, derivada del griego y significa no-ocio. Es decir, negar el ocio creativo y humano. El ocio en el sentido antiguo del término, no es el padre de todos los vicios. Por el contrario, es el padre de la humanización del tiempo, del pensar sobre sí, de filosofar sobre la propia experiencia del vivir. Es el momento de estar centrado, de contemplar. No es vagancia sino trabajo interior. Es el tiempo dedicado a las actividades preferidas En el mejor sentido que se le puede dar implica volver a habitar el tiempo, dejar de hacer.
La creatividad es una actitud existencial propia del ser humano; una modalidad para desarrollarse viendo y recreando lo que nos rodea para transformarse en sujeto del propio tiempo, estar dispuesto a nacer cada día a sí mismo. Así adherida al presente la creatividad inventa el futuro porque sabe que hubo un pasado. (Por Cecilia Barone es socióloga, psicóloga social y profesora superior en Ciencias Sociales)