Ampliar
No se trata de entender la situación matrimonial como obsoleta o presentar un cambio en el seno de esta forma de vida. La situación existencial del hombre en busca de la felicidad y de un sentido encierra un gran abanico de posibilidades que quizás el matrimonio empobrezca o entorpezca de acuerdo a los valores de hoy.
Sin querer definir o describir el matrimonio como una traba para la realización o un encerrado sistema, podríamos entender que desde la perspectiva del hombre y la mujer en estos tiempos, el replanteo existencial ante la posibilidad de formar una pareja unida en matrimonio, exige una decisión pensada y tomada con mucha responsabilidad.
Ante la decisión fundamental de unirse en matrimonio la persona sabe que muere en parte a algo, para nacer en una nueva vida de proyectos comunes. La decisión de unirse en matrimonio exige la renuncia a una cómoda vida solitaria para iniciar una vida común en base al amor.
El matrimonio cristiano además supone y exige la fe de ambos. Cuando no haya pasión, cuando se apague el cariño y se termine la novedad del “otro”, todo se sostendrá por la fe en Dios y en el “otro”. Sería muy difícil mantener un matrimonio y una familia basada en Cristo sin la auténtica vida de fe. Como dice el Ritual del Matrimonio: «Casarse por la Iglesia… es una auténtica confesión de fe ante la comunidad cristiana reunida, que exige de los novios una madurez en la misma fe» (RM 11, n.° 21).
Ante el planteo del comienzo, la crisis del matrimonio en realidad es la crisis existencial del hombre y la mujer de hoy. Ante esta constatación las instituciones, que en una época dieron respuestas al “deber ser” hoy ya se encuentran en franca retirada. No es que el matrimonio haya perdido valor sino que exige valor para vivirlo y sostenerlo en el tiempo.
La incertidumbre de valores, de creencias y de costumbres hoy, pone en duda aquellos ideales que en otro momento fueron permanentes. La rebeldía del hombre de hoy no tiene ideales claros, sino espejismos, no sueña con un mundo mejor, sino con abandonar lo permanente porque parece demasiado pesado.
No es tiempo de “moralinas” o consejos que cierren al gusto del consumidor, se trata de entender que la crisis puede ser base de una nueva construcción. Como dice el Catecismo, el matrimonio es “un consorcio permanente entre un hombre y una mujer, ordenado al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos” (CIC 1055.1096) Esto supone renuncias, entrega, paciencia y madurez. La vida de los padres se realiza en la crianza, cuidado, educación de los hijos y en la unidad matrimonial. La vida profesional corre paralela al cotidiano familiar pero ni una ni otra pueden ser invadidas aunque haya momentos donde se puede dedicar más a una que a otra.
Es así, la vida matrimonial exige renuncias en orden a la construcción de una vida en común. No soporta el mezquino provecho, ni la ganancia individual sino que prospera en la vida de encuentro y proyecto común.
El matrimonio es renuncia pero también es ganancia: en hijos, alegría, compañía. Es paciencia, pero además es recompensa en ternura, cariño, seguridad.
El matrimonio es rutina, pero en el tiempo es novedad y es crecimiento. La idea de seguir viviendo como los solteros en el matrimonio, está equivocada. No se puede pensar en una vida libre mientras la familia espera en el hogar. Ese mundo profesional o de estudio que se dibuja personalmente en detrimento de la vida de pareja y familiar, acelera el fin. Tanto una madre que se dedica demasiado a sus hijos y así descuida a su marido, como un esposo absorbido por un oficio o profesión hacen mérito para la destrucción primero de la intimidad matrimonial y luego de la familia. El varón es esposo “y” padre, no esposo “o” padre. La mujer es esposa “y” madre, no es madre “o” esposa. Ambos roles y perfiles coexisten, ninguno debe tragar al otro.
La vida del amor en pareja es una gracia de Dios que quiso que la familia humana se inicie en un encuentro íntimo y placentero.
El Catecismo de la Iglesia Católica entiende que los fines del matrimonio son de orden unitivo (unión íntima sexual, genitalidad, erotismo, amistad conyugal, ayuda mutua, entrega incondicional, espiritual, psicológica, afectiva y física) y pro creativo (frutos de la unión y del amor estable, es el hijo (CEC 1641.1660.1664.2201. CIC 1055.1096. LG 11.41).
La recreación y la novedad del matrimonio no son responsabilidad de algún factor externo, sino son exclusiva responsabilidad de los esposos. Cuando uno de los esposos pierde el sentido por lo nuevo, lo recreativo, lo lúdico, los pequeños gestos, las delicadezas cotidianas entonces se hace cargo de la muerte lenta o un deterioro irreparable.
Si uno de los dos entiende que su propia vida es más importante que el matrimonio, entonces estamos ante una crisis que puede traer duras consecuencias. El matrimonio es posible porque ambos mueren a algo propio para ganar mucho en asociación. Dejando de lado feminismos y machismos, el matrimonio es un acuerdo de voluntades, en él se encarnan las aspiraciones más profundas del hombre y la mujer de convivir solidariamente. Aunque no se pueden exigir perfiles maternos a los padres y funciones paternas a las madres. Cada cosa en su lugar funciona bien, y estimulado mucho mejor. Con el calor de vida de pareja se enciende el clima de familia y los hijos crecen en el ámbito afectivo sano y edificante.
El matrimonio cristiano es un Sacramento, es decir un signo visible, sensible: dos seres humanos que se aman. Es eficaz: la formación de una familia. La gracia de Dios actúa plenificando la pareja y asistiendo la generación de los hijos. No hay nada más maravilloso que el comienzo de la vida a la luz y calor del amor de pareja.
Recrear, renovar y disfrutar de la maravilla del matrimonio es reconocer en el otro ese mismo amor de Dios que nos ama. (-Por Hno. Germán Díaz, sdb-)