Si se miran de manera aislada, los logros de Joe Biden en su primer año de mandato no son para tirar cohetes, pero tampoco desdeñables. El problema viene cuando esos avances se cotejan con sus derrotas y fracasos. Y con las expectativas que sus promesas habían despertado en el país y en el mundo. desde esa perspectiva el balance es de fracaso. A partir de ahí, el presidente tiene apenas diez meses para liderar una difícil remontada que evite o atempere la pérdida del control de las dos cámaras del Congreso en las elecciones para su renovación a medio mandato. Biden estará entonces a punto de cumplir los 80, y si ya ahora son muchos los demócratas con secretas pero claras aspiraciones a disputarle la candidatura a las presidenciales del 2024, un revés demasiado duro en las midterms del 8 de noviembre podría convertirle prematuramente en un presidente en retirada o pato cojo en primer mandato. Estos son los punto débiles y algunos fuertes del mandatario a unos días de su primer aniversario como presidente, el próximo jueves 20:

Biden iba bien al principio. Después de cuatro años de Donald Trump y pese de su avanzada edad, él traía un aire fresco y conciliador que gustaba a la mayoría. Hasta que en agosto ordenó la salida de Afganistán: un caos. En pocos días, sus índices de aprobación bajaron al 46% desde el 53% de julio. La caída continuó en los meses siguientes, y hoy el apoyo se limita al 42% mientras el índice de desaprobación supera el 51%.

En marzo, Biden sacó adelante un crucial programa de ayudas por 1,9 billones de dólares para aliviar los perjuicios de la pandemia en la economía de los ciudadanos. Y en noviembre arrancó la aprobación de un plan de renovación de infraestructuras de 1,2 billones. Pero su proyecto estrella de gasto social y contra el cambio climático, inicialmente de 3,5 billones y luego rebajado a 1,8, encalló por el rechazo de los republicanos... y algunas disidencias internas. Hasta hoy. Biden tampoco pudo llevar a cabo la reforma policial que quería, y lo mismo parece a punto de suceder con las dos leyes de protección del voto destinadas a revertir las 34 de restricción del sufragio promulgadas en el 2021 por los republicanos en 19 estados, con trabas para votar que afectan sobre todo a los desfavorecidos y a las comunidades negras. Ese previsible fracaso, que algunos demócratas intentan amortiguar mediante un pacto de mínimos con los republicanos, puede agravar la ya acusada pérdida de apoyo al presidente entre los afroamericanos.

Con un Partido Republicano intratable desde que Trump ha recuperado su control gracias a su fuerte tirón electoral y a los dirigentes que han optado por seguirle incluso tapándose la nariz, Biden no puede negociar nada con ellos. De entrada no lo necesitaba en todos los casos porque los demócratas controlan la Cámara de Representantes y tienen la mitad de los escaños del Senado, lo que, junto al voto de calidad de la vicepresidenta Kamala Harris, les basta para sacar adelante muchos proyectos. Con lo que no contaba el líder es con que dos de los suyos, los senadores demócratas Joe Manchin y Kyrsten Sinema, iban a oponerse a dos de sus proyectos clave: el social y climático, en el que ambos defienden a las industrias que saldrían perjudicadas, y el de protección del voto, que dicen apoyar pero para el que no respaldan la necesaria suspensión previa de la regla del Senado que impone la mayoría cualificada de 60 sufragios para este y otros proyectos. Manchin y Sinema están amargando la vida a Biden.

EE.UU. es país más azotado por la pandemia, con 844.841 fallecidos. La variante delta atacó con fuerza, y la ómicron, aunque más leve, no le anda a la zaga. Biden y su equipo han conseguido, con esfuerzo, que el 62% de la población esté vacunada por completo. Pero 65 millones de personas aún no se han puesto la primera dosis. Pesa la desinformación. Y los republicanos combaten las políticas presidenciales de vacunación y demás prevenciones. El Tribunal Supremo acaba de dar parte de la razón a ese sector al echar abajo el mandato de vacunación de Biden para empresas con más de cien trabajadores. Es una batalla sanitaria muy politizada.

La economía estadounidense creció un 5,6% en el 2021, y el paró bajó al 3,9%. Con todo, el país tiene aún que recuperar 3,57 millones de empleos para volver a niveles anteriores a la pandemia. Y debe equilibrar su mercado laboral. Pues no parece razonable que 4,5 millones de personas abandonaran sus empleos en noviembre mientras el número de vacantes asciende a 10,6 millones y hay 6,8 millones de parados. Pero lo que más preocupa a los ciudadanos de este país es la escalada de precios por el aumento de la demanda y los problemas de suministros a causa de la crisis sanitaria. El año pasado, la inflación subió el 7%: el mayor aumento desde 1982.

Después de décadas con el país envuelto en conflictos bélicos, y tras la salida de Afganistán, Biden podía haber presumido de una relativa paz... De no ser por los desafíos que China y Rusia están planteando con sus agresiones o amagos en Taiwán y Ucrania, respectivamente, por citar lo más acuciante.

El futuro político de Biden y de Estados Unidos pende en gran medida de cómo y cuándo el Congreso, la Fiscalía, el FBI y los tribunales depuran responsabilidades por lo que el presidente llamó “intento de golpe” mediante el asalto al Capitolio en el que, el 6 de enero del 2021, miles de seguidores de Trump trataron de anular el resultado de las presidenciales. Las investigaciones, complejas, avanzan lentamente pero de momento no se detienen. Para la democracia estadounidense es un caso de vida o muerte; de restauración o decadencia. Trump se la juega. Y Biden, de un modo diferente, también.  (AFP)