"¡Ya me cansé de estar callado!”, exclamó Joe Biden al tiempo que daba un golpe en el atril de su mitin del martes en Atlanta. El líder estadounidense se refería a las “conversaciones silenciosas” que ha mantenido en los últimos meses con los senadores de la oposición y algunos demócratas que bloquean el avance de dos leyes federales destinadas a proteger el derecho al voto. El objetivo es desactivar las numerosas regulaciones aprobadas por una veintena de estados republicanos para restringir el acceso a las urnas; unas normativas, 34 de ellas aprobadas a toda prisa el año pasado, que dificultan el voto de la comunidad negra y los electores más desfavorecidos, quienes mayoritariamente votan demócrata. Ahora, después de fracasar en las negociaciones sobre esas leyes federales, Biden pone el turbo para tratar de forzar su aprobación.

Pero las organizaciones que llevan largos años en la trinchera de la defensa del sufragio creen que el presidente llega demasiado tarde en su reacción contra las leyes republicanas que limitan el voto anticipado, politizan el control de los procesos electorales y, como en el caso de la aprobada en Georgia, recortan el número de urnas y prohíben dar agua o comida a los votantes que guardan cola. Biden, sostienen esas entidades, debió actuar antes porque ahora ya lo tiene demasiado cuesta arriba.

 “El presidente podría haber dado su discurso directamente en el Senado. Ha perdido un día de acción legislativa”, dijo el jefe ejecutivo de Black Voters Matter, Cliff Albright. La organización es una de las más influyentes entre los votantes afroamericanos, y su apoyo resultó clave para la victoria de Biden en las presidenciales. Albright y la fundadora de su organización, Latosha Brown, fueron dos de los muchos líderes activistas que optaron por no acudir al acto del mandatario por considerarlo “un gesto vacío”, según parte de los decepcionados le reprocharon en una carta abierta.

También los responsables de la organización de derechos electorales New Georgia Project rechazaron la visita del mandatario a su territorio. Nse Ufot, la directora ejecutiva del colectivo, adujo que hasta ahora no ha escuchado “un plan realista” para aprobar los proyectos legislativos presentadas al Congreso por los demócratas para proteger los derechos de los electores: las leyes de Libertad de Voto y Promoción de los Derechos Electorales, esta última destinada a restaurar una disposición de 1965 que supeditaba a la autorización del Departamento de Justicia cualquier reforma electoral en un estado con historial de discriminación, como Georgia.

Hasta Stacey Abrams, la candidata demócrata a gobernadora del mismo estado y una de las más respetadas luchadoras por las reformas progresistas en este y otros ámbitos, declinó ir al discurso de Biden bajo pretexto de supuesto “conflictos de agenda”.

La reacción de estos activistas es una mala señal para Biden y los demócratas con vistas a las elecciones de renovación de las cámaras a medio mandado, en noviembre. El presidente ha perdido gran parte del voto negro y de otros sectores que le apoyaron en el 2020, justo por su falta de efectividad en este asunto del voto y en la reforma de la policía. El líder confiaba en recuperar esos respaldos, pero ahora resulta muy dudoso.

La aprobación de las leyes federales de protección del sufragio requieren un cambio o suspensión excepcional de la regla del “obstruccionismo” o “filibusterismo” en el Senado, que impone una mayoría cualificada de 60 votos sobre 100 para proyectos como estos. La ajustada mayoría simple de 50 escaños de la que ahora gozan los demócratas, y que fácilmente pueden perder en noviembre, bastaría para aprobar esta excepción y sacar adelante las dos leyes. Pero los dos senadores demócratas de vocación republicana que son Joe Manchin y Kyrsten Sinema se oponen a suspender la regla de mayoría cualificada.

Los demócratas en la Cámara Alta apretaron ayer el acelerador para tratar de negociar una salida, tal vez a través de alguna triquiñuela legislativa, y votar las leyes cuanto antes. Pero hay que tener en cuenta que, incluso si fuera posible allanar rápidamente ese camino, existen dudas de que esas leyes pudieran aplicarse a tiempo para derribar las restricciones al voto promulgadas en 19 estados.

Y tampoco parecía ayer que el duro discurso del presidente en Atlanta hubiera servido de mucho. En él, Biden insistió en que “la historia juzgará” a quienes rehúsen proteger el voto para defender la democracia de la “amenaza existencial que hoy padece”.

Biden también tildó de “intento de golpe” el asalto al Capitolio en enero del 2021, del que culpa a Donald Trump como “inductor”. Confirmaba así un endurecimiento en el tono de sus intervenciones que respondería a un cambio de estrategia. Adiós al Biden flemático y paciente. Ya vale de estar callado... pues toca hacer campaña.  (Reuters)