Las Naciones Unidas fueron concebidas para corregir los errores de diseño y gestión de la Sociedad de Naciones, que no pudieron evitar la Segunda Guerra Mundial. Es así como, en 1945, nació la ONU con el propósito de preservar la paz. No fue casualidad que la primera institución de la nueva arquitectura internacional se especializara en temas de alimentación y agricultura. El entonces líder de Alemania Occidental, Willy Brandt, resumiría esa decisión en un discurso de 1973 ante la Asamblea General de la ONU: "Donde hay hambre, no hay paz".
El hambre ensombrece la condición humana. En consecuencia, los gobiernos del mundo decidieron colocar a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, más conocida como FAO, a la vanguardia de los esfuerzos globales para la erradicación del hambre.
Como entidad de conocimiento e investigación técnica, la FAO reproduce las áreas de trabajo que cubren los Ministerios de Agricultura en cada país, desde la identificación de las semillas más fértiles y de más rápido crecimiento hasta la reducción de las pérdidas poscosecha, el cuidado del suelo, el manejo del agua o la lucha contra patógenos que amenazan la producción vegetal, pesquera y ganadera.
Es en la FAO donde los delegados de los países encuentran una plataforma neutral para examinar estudios científicos sobre dietas nutritivas y saludables, protección de ecosistemas y biodiversidad, o los beneficios de la agroecología, entre muchos otros temas. El personal técnico de la organización identifica buenas prácticas, asesora y crea capacidades locales para incrementar la productividad de manera sostenible, especialmente ante los desafíos que trae el cambio climático, como expresé en el VI Foro Rural Mundial celebrado en Bilbao en marzo de 2019 como presidente. del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial.
En los pasillos de la FAO, hoy trasladados a medios virtuales como consecuencia de la pandemia, debatimos, negociamos y consensuamos recomendaciones de políticas para implementar estándares de calidad y promover el desarrollo rural inclusivo, para que hombres, mujeres y jóvenes agricultores permanezcan. en sus comunidades y alcanzar allí sus aspiraciones financieras.
Mi país, la República Dominicana, que comparte una pequeña isla caribeña con la República de Haití, es miembro fundador de la ONU y fue el tercer país en ratificar su Carta. Desde Santo Domingo, donde nací en 1970, el gobierno del presidente Luis Abinader prioriza, junto con la lucha contra la pandemia, todos los eslabones de la cadena agroalimentaria.
En este contexto, surge mi nombre junto a otros embajadores como posible sucesor del pakistaní Khalid Mehboob en la presidencia del Consejo de la FAO, el puesto de mando del organismo desde el que 49 países de todos los continentes debaten, armonizan e impulsan el rumbo estratégico de la organización. A partir de estos acuerdos, el Director General (el chino Qu Dongyu, que en 2019 sucedió al brasileño José Graziano da Silva) es el encargado de gestionar la organización.
Los otros dos candidatos a presidir el Consejo son mis viejos amigos, el húngaro Zoltán Kálmán y el holandés Hans Hoogeveen. La Unión Europea no pudo ponerse de acuerdo en presentar una candidatura única, y es un honor para mí ser el único candidato del mundo en desarrollo, con una plataforma de inclusión, transparencia y sensibilidad a las diferencias políticas, sociales y culturales de los Estados miembros. Aspiro a buscar decisiones consensuadas que fortalezcan la institución en beneficio de todos.
Quienes siguen la escena política latinoamericana pueden sorprenderse al saber que la candidatura dominicana cuenta con el apoyo de una amplia gama ideológica: desde La Habana a Brasilia, pasando por Caracas, Buenos Aires, San Salvador y Bogotá. Países del Sahel, África subsahariana, Asia y Oceanía se unen a nuestra propuesta.
Pero, ¿por qué debería interesar al lector los entresijos de una elección interna en una agencia de la ONU?
Volviendo al principio, ya la voluntad de Naciones Unidas de corregir errores del pasado: el método “Un país, un voto” que gobierna la ONU modera las dinámicas de poder que han caracterizado las relaciones internacionales. Por tanto, los votos de Tuvalu, Nauru y Palau, tres países insulares del Pacífico que suman 40.000 ciudadanos en un área equivalente a 70 campos de fútbol, valen lo mismo que los de China, India y Estados Unidos, países que albergan 40 por ciento de la humanidad y cuyo territorio combinado es el doble del tamaño de Europa.
Sin embargo, en esta elección, un obstáculo podría alterar este enfoque igualitario entre países que fomenta la negociación y la búsqueda de consensos. En la Conferencia bienal de la FAO, que se celebrará del 14 al 18 de junio, se decidirá si se permite o no el voto electrónico. Algunas delegaciones reclaman que el voto solo se pueda ejercer presencialmente en Roma, en la sede de la FAO, sin considerar las restricciones de viaje derivadas de la lucha contra el covid-19 —que afectan en mayor medida a países más lejanos— rechazando expresamente la participación de delegados en toma de decisiones desde la relativa seguridad de sus capitales.
La presidencia del Consejo de la FAO brinda la oportunidad de tender puentes, fomentar el diálogo inclusivo y buscar consenso sobre la implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible bajo el lema “No dejar a nadie atrás”. Por eso pedimos que los países más afectados por la pandemia y aquellos con menos opciones para viajar no se queden sin voz. Fortalecer la FAO en beneficio de todos —todos— sus miembros es la única forma de erradicar el hambre y todas las formas de malnutrición. Es una de las obligaciones morales de nuestro tiempo porque, mientras persista el hambre, no habrá paz. (ips - Mario Arvelo , Representante Permanente de la República Dominicana ante las agencias de Naciones Unidas con sede en Roma, es candidato a presidir el Consejo de la FAO.)