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Claro está, con todas las arandelas que los adornan, jamás dejarán de ser seudo científicos del conflicto.
Porque no es la primera vez que Colombia atestigua el boom de “expertos” (las comillas son mías) que pontifican sobre el pretérito, el ahora y el futuro de nuestra confrontación intestina. En la década de los años 80, verbo y gracia, fueron los “violentólogos”, cuyas tesis llegaron a ser consideradas casi que irrebatibles. Ya en los albores del nuevo milenio floreció otro grupo al que denominaré los politólogos, como quiera que la mayoría provenían de esta profesión en auge y que estaba de moda; al igual que los “violentólogos”, pontificaron sobre lo divino y lo humano. El antes del proceso de paz Santos-Farc y su posterior desarrollo, trajo consigo nueva sangre que cree haber hallado la piedra filosofal de la guerra en Colombia.
Los elementos de los tres selectos grupos comparten un denominador común: sus opiniones en los mass media −no precisamente en la academia− los catapultaron en las escenas nacional e internacional. En los dos primeros casos, los réditos no se hicieron esperar y pronto sus nombres estuvieron relacionados con encargos en el alto gobierno, jugosos contratos con los sectores público y privado y curules en el Senado y otras dignidades de elección popular, incluido uno que otro nombramiento gracias a la bendita dedocracia.
Claro que ellos −los del pasado y los del presente− tienen el derecho de opinar sobre los distintos asuntos nacionales. ¡No faltaba más que sus palabras fueran acalladas por la infame censura! Pero ese derecho supraconstitucional de la libertad de expresión −que utiliza cual vehículo la opinión, como es mi caso− no me hace necesariamente un experto como tampoco a ellos. Prefiero la expresión que estila otro medio de comunicación para referirse a quienes nos aventuramos a opinar: “voces informadas”.
Un académico que ha dedicado su vida a estudiar la guerra en Colombia y cuya identidad solicitó mantener en reserva, me dijo al respecto: “[…] tienen algunos conocimientos con relación al nivel de la estrategia nacional; su conocimiento con relación a los niveles de la estrategia militar general, operativa y táctica, es incipiente y no es técnica; esto hace que sus apreciaciones, si bien pueden ser atractivas y válidas para el ignorante en los temas de seguridad y defensa, sean inexactas y carentes de rigurosidad académica”.
Para él, estas apreciaciones “[…] no están sustentadas en el método científico y no guardan la regla de oro del análisis académico que subraya la importancia del equilibrio, la imparcialidad y la resistencia frente a emitir conceptos subjetivos basados en una visión particular de la realidad”. Su conclusión es lapidaria: “[…] se trata de seudo científicos, porque su práctica en análisis y asesoría es presentada como científica y fáctica, pero es incompatible con el método científico”.
Dicho en la lengua de Cervantes: sus opiniones y posturas pueden parecer interesantes, llamativas y periodísticamente rentables, pero no necesariamente son verdaderas, toda vez que no han pasado por la rigurosidad científica y el análisis académico y, por lo rato, no son objeto de una apreciación de experto. (El Espectador)