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Nacido el 1 de septiembre de 1922, en Génova, falleció el 29 de junio de 2000 en Roma, a los 77 años. Gassman no era romano pero adoptó a la ciudad de tal modo que todo el mundo lo consideraba originario. Tal vez, por su capacidad de mimetizarse en cualquier parte, por obra de una precisión casi maníaca con la que repetía todas las inflexiones dialectales de cada región italiana. Tanto es así que posee -como otros dos grandes, Anna Magnani y Marcello Mastroianni- una calle con su nombre en la capital italiana. A Gassman se lo conocía como "El Matador", apodo que lo acompañaba desde 1959, cuando tuvo gran éxito con el homónimo espectáculo televisivo que luego se transformó en una comedia de Dino Risi.
De todos modos, no es fácil definir a este gran actor de una sola manera: lograba hacer cualquier papel y, aparentemente, sin ningún esfuerzo. Sin embargo, cuando decidió mostrarse tal cual era en su autobiografía (Vittorio Gassman: Un gran futuro a mis espaldas) reveló su incansable trabajo en busca de la perfección, de cada detalle, la necesidad de superarse cada vez más.
En ese texto se describió con "personalidad bipolar" y como "enfermo de depresión", con disconformidad por la vida y cansancio de convivir con su imagen pública. Pero, también, estaba felizmente "enfermo" de vida, de jovialidad, de inteligencia. Por ello, fue siempre compañero y cómplice de los mejores directores de cine, jamás un simple intérprete. Desde joven, Gassman tuvo la presencia escénica de un gran protagonista. Heredó la actitud rimbombante de la generación de Renzo Ricci (el padre de la primera esposa del actor): usaba el cuerpo como instrumento de su arte. En plena Segunda Guerra Mundial, en 1943, debutó en Milán en la obra teatral "Enemiga". Pero fue en el Eliseo de Roma, en compañía de Tino Carraro y Ernesto Calindri que se hizo notar al recorrer con naturalidad desde el repertorio clásico al contemporáneo.
En cine, comenzó haciendo pequeños roles hasta construirse cierta fama de villano y seductor peligroso, como en "Riso amaro" (1949), de Giuseppe De Santis. Pero en la década siguiente fue el teatro que mantuvo su popularidad muy alta.
Entre 1952 y 1956, sus lecturas de William Shakespeare (primero "Hamlet" y luego "Otelo") hicieron historia. Sin olvidar "Orestíada", de Eschilo, dirigida por Pier Paolo Pasolini.
Gassman parecía una deidad griega. Sus interpretaciones en teatro crecieron en una Italia diezmada por las consecuencias de la guerra. Pero el cine, de la mano del director Mario Monicelli, le dio la posibilidad de ser "otro".
En "I soliti ignoti" (1958) encontró el éxito inesperado con su personaje de Peppe "el Pantera", un boxeador de palabra incierta, ladrón ocasional, el que le otorgó una máscara cómica indeleble. Ese fue el inicio de una escalada imparable que lo colocó en la historia de la "commedia all'italiana" como uno de los "cuatro coroneles" de la risa, junto a Alberto Sordi, Ugo Tognazzi y Nino Manfredi. Este nuevo registro expresivo lo convirtió en cómplice de cineastas como Dino Risi, Luciano Salce, Luigio Zampa, Ettore Scola y Monicelli. Fue este último quien creó a su glorioso Brancaleone (La Armada Brancaleone, 1966), así como Rissi le ofreció al personaje desesperado de "Il Sorpasso" (1962).
En tanto, Scola siguió su itinerario maduro, desde "C'eravamo tanto amati" (1974) a "La famiglia" (1987). Tal vez menos conocida, pero no menos importante, fue la carrera internacional del actor. Gracias a su conocimiento de varios idiomas, participó en varias producciones internacionales. Tras su revelación en "La guerra y la paz" (1956), a partir de los años '70 fue dirigido por grandes cineastas como Robert Altman, Paul Mazursky, Alain Resnais, André Delvaux, Jaime Camino y Barry Levinson.
Incluso incursionó en la dirección de cine y regaló pasajes autobiográficos en intentos ambiciosos como "Kean" o "Senzafamiglia, nullatenenti cercano affetto", junto a Paolo Villagio. Sin embargo, Gassman culminó su carrero justo donde la había comenzado, en el teatro, con obras como "La Divina Comedia" y "Ulises y la ballena blanca", una suerte de testamente artístico y existencial. El actor soñaba con morir sobre un escenario y por poco lo logra. Fue un hombre de espíritu libre, contra la corriente y provocó no pocos escándalos con su vida privada. Tuvo tres esposas de las que nacieron cuatro hijos, tres de los cuales siguieron sus pasos sobre el escenario. Otro de los sueños de Gassman era tener su propio teatro.
Lamentablemente, solo después de su muerte el Quirino de Roma lleva su nombre.
Hubiese merecido un premio Oscar pero se lo ganó Al Pacino con la remake de "Perfume de mujer". En cambio, por el mismo filme, tuvo que conformarse con un premio en el Festival de Cannes. La Mostra de Venececia, en cambio, le otorgó el León de Oro a la Carrera en 1996, aunque podría haberse acordado de él mucho antes, ya que lo merecía.
Era un gigante solitario y tal vez, era ese enorme vacío que dejaba cada vez que salí del escenario lo encandilaba y aterrorizaba a la vez. Justamente, el sentimiento que deja en el cine y en el teatro italiano hasta el día de hoy. (ANSA).