Hubo un tiempo en el que a los diplomáticos chinos se les consideraba discretos, capacitados y un punto enigmáticos. Su diplomacia “era tan sutil e indirecta que en gran medida fue pasada por alto en Washington”, escribió sobre ellos Henry Kissinger, exsecretario de Estado de EE.UU.. Hábiles emisarios maniobrando entre bastidores. Pero su trabajo, inspirado en la estrategia “esconder nuestras capacidades y esperar nuestro momento” del reformista Deng Xiaoping, parece cosa del pasado. Ahora, de Tokio a Washington y de Londres a El Cabo, el mundo asiste con sorpresa –y cierto desagrado– a las invectivas diarias de una nueva hornada de diplomáticos más descarados, combativos y nacionalistas, que no dudan en confrontar cualquier crítica de forma directa. Ese nuevo estilo les ha valido el calificativo de Wolf Warriors , un musculoso y heroico comando de fuerzas especiales chino, protagonista de una serie de películas patrióticas en las que sus miembros siempre salen victoriosos de sus misiones. Rambo made in China . Su último cometido está claro: defender al país de los crecientes juicios negativos sobre su gestión de la pandemia y desafiar a quien cuestione la versión de Pekín. Sobran los ejemplos recientes. En París, en plena crisis vírica, un diplomático acusó a los franceses de “dejar morir” a sus mayores, lo que provocó gran indignación entre sus anfitriones. Una discusión con el alcalde de Praga a cuenta de Taiwán llevó a Pekín a cancelar una gira china de la Orquesta Filarmónica de la capital checa. Hay más. El número tres de la legación londinense, Ma Hui, acusó a algunos líderes estadounidenses de “mentir, desinformar, culpar y estigmatizar”. “También podemos luchar contra su estupidez”, remachó. El embajador Cheng Jingye amenazó con boicotear los productos australianos si este país seguía adelante con la petición de una investigación independiente sobre el origen del virus. Días más tarde, Pekín cortó parte de la importación de vacuno e impuso aranceles del 80% a la cebada australiana. “Estamos ante la versión 2.0 de la asertividad que ya exhibió Pekín después de la crisis del 2008”, analizó Jude Blanchette, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, en The Financial Times . “Es el resultado de la convicción sobre su creciente poder frente a un Occidente en declive”. El académico Zhu Zhiqun también cree que este cambio viene de lejos. Desde que China se coronó como segunda mayor economía del mundo en el 2010, su pueblo se volvió “más orgulloso y confiado” y su política exterior “más firme”, cuenta. También influyen los recurrentes llamamientos a mantener un “espíritu de lucha” de su líder, Xi Jinping. Además, si el giro de Obama hacia Asia ya despertó suspicacias, la llegada de Trump a la Casa Blanca con su retahíla de acusaciones fue definitiva. Desde entonces, el apoyo a Taiwán, las críticas a la situación de los musulmanes en Xinjiang, sus injerencias en las protestas en Hong Kong, la guerra comercial y, ahora, el coronavirus no han hecho sino empeorar la situación. “Desde la perspectiva china, la diplomacia actual de los Wolf Warriors es una respuesta directa a los enfoques injustos de otros países hacia China y su pueblo”, apuntó Zhu. La quintaesencia de esta tendencia se llama Zhao Lijian, un pionero que cuando estaba estacionado en Pakistán logró una gran cantidad de seguidores en Twitter a base de mensaje afilados y sin pelos en la lengua. Por uno de sus textos, la exembajadora de Washington en la ONU Susan Rice lo acusó de ser una “desgracia racista” que debería ser despedido de su puesto. Pekín lo mandó de vuelta a casa, pero para ascenderlo a portavoz del Ministerio de Exteriores. Zhao se ha ganado la atención mundial con sus intervenciones, como cuando señaló al ejército de EE.UU. como responsable de traer el virus a Wuhan. El uso de Twitter por parte de Zhao muestra que esa plataforma es uno de los campos de batalla predilectos de la nueva generación. “Les sirve para responder a las críticas, sobre todo occidentales, con una voz autorizada; y dan a conocer la línea oficial por un canal oficioso, una forma más cercana de lanzar su mensaje”, señaló a este diario Alessandra Cappalletti, experta en diplomacia cultural en la Universidad Jiaotong-Liverpool de Xian. Los Wolf Warriors se han fijado en cómo Trump usa las redes sociales. “Gracias a él, han aprendido que es una vía muy efectiva para hacer llegar sus ideas al resto del mundo”, explicó por teléfono Wenfang Tang, profesor en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong. Por ahora, esta diplomacia está logrando resultados dispares. En el extranjero no gusta. En casa, la situación varía. Para una parte de la ciudadanía, sus mensajes son motivo de orgullo: se ajustan a la narrativa interna de que Pekín no piensa ceder ante la presión extranjera. Para otros, moderados o miembros de la vieja guardia diplomática, su tono es demasiado guerrero y creen que a la larga puede resultar perjudicial para el interés nacional. En Hong Kong, la nueva normalidad apenas difiere de la previa al coronavirus. Como hace meses, en los distritos comerciales volvió a sonar ayer el Gloria a Hong Kong, himno oficioso de las protestas del 2019. También se vieron pancartas y se oyeron gritos contra el Gobierno local y el Partido Comunista chino. A mediodía, el gas lacrimógeno impregnaba el ambiente. Hubo barricadas, carreras, cañones de agua y arrestos, unos 180. Y sobre todo, la sensación de estar ante el pistoletazo de salida de un nuevo verano plagado de movilizaciones. Si bien el patógeno está controlado (la urbe solo ha registrado unos 1.060 infectados y cuatro fallecidos), siguen prohibidas las concentraciones de más de ocho personas. Sin embargo, eso no impidió que miles salieran a protestar por partida doble, por un lado, contra la ley de Seguridad Nacional que Pekín pretende imponer en el territorio, lo que permitiría a sus agentes de seguridad operar en la ciudad, algo ahora vetado. Por otro, contra la ley que el Parlamento autonómico está tramitando para castigar con penas de hasta tres años de cárcel y fuertes multas a quienes mancillen el himno nacional chino o profanen sus símbolos. Ambas normativas son vistas como una grave injerencia sobre el principio de “un país dos sistemas” que desde 1997 les otorga más libertades que al resto de sus compatriotas. “Nos quieren robar el derecho a la crítica, ya sea sobre China o sus políticos, y hacer que obedezcamos como borregos”, contó a este diario Tommy, de 25 años. “Por eso salimos. Aunque sea difícil, debemos tratar de protegernos”, añadió. Mientras trataban de avanzar, los manifestantes corearon viejas y nuevas consignas como “di no a la tiranía, apoya nuestra autonomía” o “la independencia es la única salida”. Además, si en Twitter se utilizaba la etiqueta #HongKongNecesitaAyuda, en la calle también se pedía la intervención de otras potencias, sobre todo EE.UU., para que actúen en su favor. Más de 200 parlamentarios y figuras políticas de 23 naciones emitieron una declaración conjunta condenando el movimiento del Partido Comunista y pidiendo a sus respectivos gobiernos que se posicionen en contra. (La Vanguardia)